domingo, 27 de enero de 2013

[Tinta y Pluma] 1


Tinta y Pluma - Un fic de John Watson y Sherlock Holmes.
Capítulo 1  
Sonó el despertador y John levantó la mano para dejarla caer sobre el aparato. Ni siquiera se molestó en mirar la hora. Era la cuarta vez que la alarma saltaba esa mañana, y también la cuarta vez que John la apagaba. Se arrebujó bajo la colcha, haciéndose todavía más un ovillo. Cuando estuvo a punto de volver a dormirse, oyó cómo crujía la puerta al abrirse. Unos pasos descalzos sobre el suelo. El muelle del colchón, cediendo bajo un peso nuevo.
John notó el aliento de Sherlock acariciarle la oreja.

—John… —le susurró —. John…
El médico gruñó por respuesta y empujó la cabeza bajo el almohadón.
—John, arriba —dijo Sherlock, alzando la voz.
Notó que tiraba de la colcha y lo dejaba expuesto al aire frío de la mañana. John se agazapó todavía más, como un gato, apretando los brazos alrededor de la barriga.
—N…ero… —musitó.
— ¿Qué?
—Que no quiero…
Sherlock suspiró con impaciencia. Coló una mano bajo la camiseta del pijama de su compañero y disfrutó cuando el médico se estremeció con su contacto. Tenía la piel cálida y se le erizó el vello por culpa de los dedos fríos de Sherlock.  
—Venga, doctor… —murmuró mientras se inclinaba aún más sobre él.
John tenía la cara roja, pero no salió de su escondite bajo la almohada para no darle el gusto a Sherlock. Ni siquiera se movió.
— ¿Quieres que baje? —preguntó el detective, y estaba claro a qué se refería cuando deslizó los dedos hacia el ombligo de John.
— ¡Vale ya! —el médico dio un brinco y se alejó de él.
Sherlock se sentó, impasible, en el colchón y dejó las manos descansando sobre el regazo. Tenía los cabellos negros peinados desordenadamente y los ojos azules brillantes. John todavía notaba las legañas pegajosas y sabía que su pelo estaría totalmente de punta.
—Pues anoche no querías que parase —apuntó Sherlock, atusándose la camisa blanca.
John se puso más colorado aún y desvió la mirada.
—La próxima vez te diré que pares, así por lo menos podré dormir un poco… —replicó con la voz ronca.
Sherlock sonrió y se bajó de la cama. La rodeó y le besó la mejilla.
—Será mejor que te vistas —dijo, alejándose hacia la puerta —. Tenemos visita.
John frunció el ceño, pero le hizo caso. Se puso unos pantalones limpios y una camiseta con una frase ingeniosa del Indomable Will Hunting: «Eres un genio, Will, eso nadie lo niega. Nadie puede comprender lo que pasa en tu interior». A Sherlock le había gustado esa película, una de las pocas que John había conseguido que viera entera. Por su cumpleaños, John le había regalado esa camiseta que había mandado imprimir, pero Sherlock no se ponía nunca camisetas por lo que al final acabó siendo una prenda más de su vestuario.
Se lavó los dientes, repasando cada una de sus arrugas, asegurándose de que estaban todas. Se secó con una toalla beige, la suya, y después se alisó las puntas locas de su pelo rubio. Dejó el cepillo y suspiró. Seguramente habría un cliente charlando en ese momento con Sherlock y a él le apetecía bajar en pijama a la cocina de la señora Hudson y preparar un par de tostadas con mantequilla, huevos revueltos y café. Luego lo habría subido y habrían tomado el desayuno con la televisión de fondo. Y luego lo habrían hecho…
John se golpeó la mejilla con la palma de la mano. «Nada de pensamientos pervertidos, John… Es demasiado temprano», pensó. Salió al pasillo y se reunió con Sherlock y el invitado en el salón.
—Buenos días —saludó, y se quedó sorprendido de la visita.
Era una mujer joven, con el pelo cobrizo recogido en un moño; los cabellos ondulados se mezclaban con desorden y caían por la nuca. Se giró y sonrió al ver a John. Tras los cristales de las gafas en media luna, sus ojos verdosos brillaron con alegría. Era pecosa y con la cara redonda, pero los labios finos le daban un aspecto más maduro.
—Buenos días, doctor Watson —se levantó y le tendió una mano regordeta.
Repentinamente incómodo, John devolvió el saludo y apretó los carnosos dedos. No era fea, de hecho tenía un encanto del que pocas mujeres podían presumir, pero le sobraba maquillaje.
—Soy Kate Barnes, es un placer —en cuanto pronunció esas palabras, John supo que venía del otro lado del charco.
Las pulseras tintinearon en su muñeca cuando devolvió las manos a su sitio, sobre los reposabrazos de la silla. Sherlock estaba de pie, con el codo apoyado en la chimenea. John lo miró, buscando algún signo de complicidad, pero en su lugar se encontró con la mirada perdida de su amigo.
—Y… em… ¿A qué se debe su visita, señora Barnes? —preguntó John, sentándose frente a ella.
—Oh, por favor, soy señorita Barnes. Aunque eso suena todavía peor… ¿Qué tal si me llama Kate? Kathy, para los amigos —se colocó un mechón suelto tras la oreja y masticó el chicle con disimulo —. He venido a la dirección que mi jefe me indicó: 221 B de la calle Baker. Es aquí, ¿no?
—Sí… —John se volvió para echar un vistazo a su amigo. Seguía en el mismo sitio, callado, quieto —. ¿Es por un caso?
—Oh, no, no, no. Tengo la suerte de vivir una vida muy normal. Creo que por el momento no necesito los servicios del señor Holmes —soltó una risita agradable.
—Ah, en ese caso, ¿es una urgencia médica?
—Aquí donde me ve, tengo una salud de hierro —dijo con orgullo —. No, doctor Watson, lo que me ha traído hasta aquí son motivos de trabajo. Concretamente, una propuesta para un proyecto creativo que, por supuesto, no entorpecería de ninguna manera su vida diaria.
—Ha dicho que la envía su jefe. ¿Podría saber de quién se trata?
—Lo siento, me pidió que no lo dijera. Pero no se preocupe, es de total confianza.
John asintió sin convicción y se levantó lentamente.
—Si me disculpa, señorita Barnes-
—Kathy.
—…Kathy, voy a preparar un poco de té. ¿Leche, azúcar? —preguntó, acercándose a Sherlock.
— ¿Podría ser un café, mejor? Con leche, por favor —sonrió y puso las manos sobre el regazo.
—Sherlock, ayúdame —le dijo John, tirándole de la camisa.
Y el detective lo siguió, pero no cambió su expresión. El doctor estaba acostumbrado a sus ausencias mentales, pero ahora necesitaba que le explicara todo aquello.
—Eh, Sherlock, ¿crees que…?
—Mycroft.
—Mycroft —repitió John, asintiendo —. Sí, cómo no lo he visto. Lleva su firma. ¿Le has sacado lo que quería mientras me vestía?
Sherlock sacudió la cabeza y se pasó el dedo índice por el labio superior, pensativo.
—No, pero piensa, John. ¿En qué puede trabajar una mujer como la señorita Barnes?
John se asomó con disimulo por la puerta y comprobó que la invitada seguía en su sitio. Estaba enfrascada en su móvil, seguramente tendría muchos asuntos que atender, o al menos eso era lo que aparentaba.
—No sé, con esas pintas tan llamativas… ¿Periodista de algún canal de televisión? O de algún magazine rosa…
—La clave está en las uñas.
— ¿Las uñas? —John frunció el ceño, pero intentó atisbarlas sin que la invitada se diera cuenta.
—Sí, John. Fíjate. Son cortas, pero no parece que se las muerda porque el corte es redondo y estético.
El médico se acercó a la encimera y rellenó la tetera de agua para ponerla sobre el fogón. El café estaba en la encimera, pero John era demasiado bajo para llegar hasta él.
— ¿Y qué si se las corta?
—Que no le pega con su aspecto. Demasiado maquillada, ropa de colores estridentes y de última moda, y muchos complementos. Trae —se interrumpió, colocándose tras John y alcanzando la caja de café.
John lo notó apretarse innecesariamente contra su espalda y se ruborizó.
—Vale, ¿y eso nos dice mucho de su profesión? —preguntó el médico, sacando tres tazas limpias del lavavajillas.
—A pesar de su apariencia moderna, lo único que no casa con su atuendo son las uñas. Si te fijas, las puntas de los dedos están planas.
John suspiró. Cuando el agua empezó a hervir, la vertió sobre las tazas y removió el contenido. El color marrón del café acompañaba al olor cremoso que desprendía.
—O sea, que utiliza una máquina de escribir o un ordenador con frecuencia —seguía hablando Sherlock —, aunque por la época en la que estamos y visto el móvil que usa, me decantaría por un portátil. ¿Y qué trabajo podría llevarla hasta aquí con esas condiciones?
—Sherlock, me acabo de levantar. Y aunque no fuera así, ya sabes que me cuesta seguir el hilo de tus pensamientos —masculló John, colocando las tazas en una bandeja.
«De hecho, no conozco a nadie que pueda seguirlos», pensó, y después sacó de la nevera un cartón de leche.
— ¡Es periodista, John! Pero no de las que salen entrevistando en el canal de noticias a los ancianos de Dulwich Village. Es americana y no parece llevar aquí mucho tiempo (de lo contrario, no habría dudado con la dirección), así que Mycroft la ha traído a Londres con un propósito exclusivo que tiene que ver con nosotros. A una periodista… ¡No! ¡Ya lo tengo! —dio una palmada y sonrió mirando al techo.
John removió con una cucharilla la taza que había rellenado con leche. Escuchaba por educación porque el misterio se resolvería una vez entraran de nuevo en la habitación, pero Sherlock no podía parar su mente cuando ésta entraba en una órbita de pensamientos detectivescos.
—Es escritora. Claro, tiene mucho más sentido —declaró, cruzándose de brazos.
Antes de que John pudiera pedirle que llevase las galletas para acompañar, el detective se escabulló hacia el salón. Refunfuñando, el médico se acercó al armarito y sacó una caja de galletas HobNobs. Al llegar al salón, encontró a Kathy charlando con Sherlock.
Dejó la bandeja en la mesa y se sentó de nuevo frente a la invitada.
—…Pero no crea, señor Holmes, que no me ha impresionado esa forma que tiene de ver los pequeños detalles que a los demás mortales se nos pasan desapercibidos —estaba diciendo la mujer.
John le colocó la taza frente a ella y abrió el paquete de galletes. Un fuerte olor a avena se esparció por la habitación.
—Ah, John, tenía razón —dijo Sherlock, acercándose por detrás y dándole una palmada en el hombro —. La señorita Barnes es escritora y publica para la editorial Random House. Viene de Nueva York, pero eso ya lo sabíamos, ¿verdad?
El médico sonrió y agarró su taza con ambas manos. Ese momento era el favorito de Sherlock, presumir ante un público nuevo de su maravilloso don.
— ¿Y qué trae a una escritora americana a la casa de un famoso detective inglés? —preguntó John, sin atreverse a probar el humeante brebaje.
A pesar de lo caliente que estaba el líquido, Kathy ya se había tomado la mitad. «Americanos», pensó John, sorbiendo con cuidado.
—Es elemental, John. Ha venido a escribir sobre nosotros, ¿verdad? —saltó el detective, ignorando la taza que reposaba en su sitio.
—Ajá. Más concretamente —agarró una galleta y la mordisqueó —, quisiera plasmar sobre el papel sus aventuras para que todo el mundo pudiera conocerlas. Y cuando digo todo el mundo, me refiero a todo el planeta. Ya saben, un éxito de ventas con miles de traducciones y de ediciones especiales —levantó la mano grácilmente y engulló el resto de la galleta.
—Pero yo ya hago un blog… ¿Lo ha leído? —preguntó John, rompiendo el dulce por la mitad y mojándolo en el café.
—Ah, sí, pero doctor Watson, hace falta profesionalidad en el estilo de escritura, además de los miles de detalles que olvida plasmar. No se ofenda —añadió rápidamente.
—No me ofendo, señori… emm… Kathy, pero entienda que me sorprenda que My… My… mi esfuerzo —se corrigió —se vuelva inútil.
— ¿Sabe qué? La mejor manera de que ustedes saquen todo su potencial y puedan dedicarse enteramente a su investigación es que yo les haga el trabajo restante. En este caso, sería simplemente transcribir todos sus casos en un plano más… atractivo para el público en general —se explicó, limpiándose las comisuras con una servilleta.
Sherlock se adelantó al médico.
—Aceptamos gustosamente.
— ¿Ah, sí? —preguntó John, sorprendido.
—Sí, por supuesto.
No quería saber qué se le había pasado por la mente a Sherlock, pero decidió seguirle el juego. Miró a Kathy y se encogió de hombros. La americana irradiaba alegría. Dio un par de palmadas y se ensartó en una serie de cuestiones legales y puntos que subrayar en el acuerdo.
—….para que sea más cómodo, así que me alojaré en la habitación que su casera me ofreció ayer —decía Kathy.
— ¿Ayer? ¿Ya sabía que aceptaríamos? —preguntó John, volviendo en sí.
—Bueno, yo no estaba segura, pero mi jefe sí, así que no me quedó otra que actuar. Así soy yo —añadió, retorciéndose el mechón que le caía a un lado de la cara.
Después de firmar los contratos pertinentes, la señorita Barnes se despidió de ellos para poder organizar sus maletas e instalarse en su nuevo apartamento. El camión de mudanzas no llegaría hasta esa tarde.
— ¿Pero cuánto tiempo piensa quedarse? —exclamó John, una vez la vivaracha americana hubo desaparecido de la estancia.
—Quién sabe… Ah, qué asco de café. ¿Preparo un té? —Sherlock cogió la bandeja y la llevó a la cocina. John lo siguió.
Mientras el detective vaciaba las tazas en el fregadero, su compañero permaneció en el umbral con los brazos en jarras y la mirada desafiante.
— ¿Y se puede saber por qué has aceptado tan alegremente?
Sherlock se enderezó al notar el tono brusco de su voz.
— ¿Y por qué no?
— ¿Que por qué…? ¡Sherlock! Has invitado a una extraña a que se inmiscuya en nuestra vida y que además escriba sobre ella. ¿Y te parece bien? ¿Te parece…?
Sherlock se acercó a él y le plantó un beso para callarlo. John no lo correspondió, pero dejó que la furia se disipase poco a poco.
— ¿Te das cuenta de que así te expones a la gente? Tú, que siempre has querido mantener a la prensa lejos de ti, vas y aceptas esto…
—John, te olvidas de quién es el jefe de la señorita Barnes. Mycroft no lo haría si no estuviera pensando en algo. ¿Qué? Lo ignoro, pero será divertido entrar en este juego…
Sherlock se alejó un paso y contempló la camiseta. Sonrió al leer la cita estampada en letras blancas sobre negro.
—Y… ¿qué pasa con nosotros? ¿Y si…? —John notó cómo las mejillas se calentaban progresivamente.
—Bueno, algún día habrá que decirlo, ¿no crees?
—Pero… Yo no quiero hacerlo público de esa manera —contrapuso, cruzándose de brazos —. Nunca cuentas con mi opinión. Otras veces lo puedo entender, pero esto me concierne y creo que si tengo algo que objetar, te conviene escucharme al menos.
—John, ¿de qué tienes miedo? —le preguntó Sherlock, acariciándole el brazo.
El médico no pudo sostenerle la mirada y decidió esbozar una mueca de disgusto.
—De muchas cosas. Desde lo del Reichenback… —de repente le sobrevinieron las lágrimas.
Sherlock lo vio y se apresuró a abrazarle. Al principio John se resistió, pero finalmente lo rodeó y apretó contra sí. Le vino el olor almidonado de su champú, el mismo que usaba John algunas veces, cuando compartían la ducha. Pasó los dedos por la ancha espalda de Sherlock y notó cómo se tensaban los músculos del detective bajo la camisa.
John no pudo soportar la repentina angustia y dejó que las lágrimas corrieran por sus mejillas y mancharan el hombro de la camisa.
—Eh, ¿estás llorando? —Sherlock lo cogió de los hombros y lo separó para poder verle la cara.
—No… —murmuró John entre sollozos.
Sherlock sonrió y le secó la cara con el dorso de la mano.
—John, aquello fue necesario para mantenerte a salvo. ¿Hubieses preferido que jamás hubiera vuelto contigo? Además, lo que tenemos ahora es…
— ¿Desde cuándo sabes tú tantas cosas de relaciones humanas? —se quejó John, sorbiendo por la nariz.
—Sólo te digo lo que siento cuando estoy contigo.
El médico lo miró bajo las pestañas y dibujó una media sonrisa. ¿Cómo lo hacía para engatusarlo de esa manera? En ese momento pensó que sería una buena experiencia tener a la escritora todo el día encima de ellos, seguramente se hartaría pronto. Tendrían que reducir las sesiones de intimidad para la noche, aunque antes no eran menos discretos.
Sherlock lo acunó entre sus brazos y le besó la sien.
— ¿Tienes idea de lo que hará Mycroft con ese libro? —le preguntó John, apoyado en su hombro.
—No. Bueno, una idea, sí. Pero nada concluyente. Tú no te preocupes, sea lo que sea, viniendo de Mycroft no hay de qué preocuparse.
—Le dio información privada sobre ti a tu peor enemigo cuyo principal plan era acabar contigo. ¿Te parece que no deba preocuparme?
Sherlock rió y después le acarició el pelo.
—Qué poco confías en mi reputación de detective.
—Oh, sí, perdón, que estamos hablando del famoso Sherlock Holmes —John sonreía mientras exageraba el acento.
Sherlock no respondió, pero en su cabeza ya había empezado a desplegar los hilos. Sólo faltaba unirlos entre sí. 
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Espero que os haya gustado este primer capítulo :)

¡Un saludo!

PD: Cualquier sugerencia o petición será bien recibida :D No dejéis de comentar :)


Sher.

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