Tinta y Pluma - Un fic de John Watson y Sherlock Holmes.
Capítulo 1
Sonó el despertador y John levantó la
mano para dejarla caer sobre el aparato. Ni siquiera se molestó en mirar la
hora. Era la cuarta vez que la alarma saltaba esa mañana, y también la cuarta
vez que John la apagaba. Se arrebujó bajo la colcha, haciéndose todavía más un
ovillo. Cuando estuvo a punto de volver a dormirse, oyó cómo crujía la puerta
al abrirse. Unos pasos descalzos sobre el suelo. El muelle del colchón,
cediendo bajo un peso nuevo.
—John…
—le susurró —. John…
El médico
gruñó por respuesta y empujó la cabeza bajo el almohadón.
—John,
arriba —dijo Sherlock, alzando la voz.
Notó
que tiraba de la colcha y lo dejaba expuesto al aire frío de la mañana. John se
agazapó todavía más, como un gato, apretando los brazos alrededor de la
barriga.
—N…ero…
—musitó.
—
¿Qué?
—Que
no quiero…
Sherlock
suspiró con impaciencia. Coló una mano bajo la camiseta del pijama de su
compañero y disfrutó cuando el médico se estremeció con su contacto. Tenía la
piel cálida y se le erizó el vello por culpa de los dedos fríos de Sherlock.
—Venga,
doctor… —murmuró mientras se inclinaba aún más sobre él.
John
tenía la cara roja, pero no salió de su escondite bajo la almohada para no
darle el gusto a Sherlock. Ni siquiera se movió.
—
¿Quieres que baje? —preguntó el detective, y estaba claro a qué se refería
cuando deslizó los dedos hacia el ombligo de John.
—
¡Vale ya! —el médico dio un brinco y se alejó de él.
Sherlock
se sentó, impasible, en el colchón y dejó las manos descansando sobre el regazo.
Tenía los cabellos negros peinados desordenadamente y los ojos azules
brillantes. John todavía notaba las legañas pegajosas y sabía que su pelo
estaría totalmente de punta.
—Pues
anoche no querías que parase —apuntó Sherlock, atusándose la camisa blanca.
John
se puso más colorado aún y desvió la mirada.
—La
próxima vez te diré que pares, así por lo menos podré dormir un poco… —replicó
con la voz ronca.
Sherlock
sonrió y se bajó de la cama. La rodeó y le besó la mejilla.
—Será
mejor que te vistas —dijo, alejándose hacia la puerta —. Tenemos visita.
John
frunció el ceño, pero le hizo caso. Se puso unos pantalones limpios y una
camiseta con una frase ingeniosa del Indomable
Will Hunting: «Eres un genio, Will, eso nadie lo niega. Nadie puede
comprender lo que pasa en tu interior». A Sherlock le había gustado esa
película, una de las pocas que John había conseguido que viera entera. Por su
cumpleaños, John le había regalado esa camiseta que había mandado imprimir,
pero Sherlock no se ponía nunca camisetas por lo que al final acabó siendo una
prenda más de su vestuario.
Se
lavó los dientes, repasando cada una de sus arrugas, asegurándose de que
estaban todas. Se secó con una toalla beige, la suya, y después se alisó las
puntas locas de su pelo rubio. Dejó el cepillo y suspiró. Seguramente habría un
cliente charlando en ese momento con Sherlock y a él le apetecía bajar en
pijama a la cocina de la señora Hudson y preparar un par de tostadas con
mantequilla, huevos revueltos y café. Luego lo habría subido y habrían tomado
el desayuno con la televisión de fondo. Y luego lo habrían hecho…
John
se golpeó la mejilla con la palma de la mano. «Nada de pensamientos
pervertidos, John… Es demasiado temprano», pensó. Salió al pasillo y se reunió
con Sherlock y el invitado en el salón.
—Buenos
días —saludó, y se quedó sorprendido de la visita.
Era
una mujer joven, con el pelo cobrizo recogido en un moño; los cabellos
ondulados se mezclaban con desorden y caían por la nuca. Se giró y sonrió al
ver a John. Tras los cristales de las gafas en media luna, sus ojos verdosos
brillaron con alegría. Era pecosa y con la cara redonda, pero los labios finos
le daban un aspecto más maduro.
—Buenos
días, doctor Watson —se levantó y le tendió una mano regordeta.
Repentinamente
incómodo, John devolvió el saludo y apretó los carnosos dedos. No era fea, de
hecho tenía un encanto del que pocas mujeres podían presumir, pero le sobraba
maquillaje.
—Soy
Kate Barnes, es un placer —en cuanto pronunció esas palabras, John supo que
venía del otro lado del charco.
Las
pulseras tintinearon en su muñeca cuando devolvió las manos a su sitio, sobre
los reposabrazos de la silla. Sherlock estaba de pie, con el codo apoyado en la
chimenea. John lo miró, buscando algún signo de complicidad, pero en su lugar
se encontró con la mirada perdida de su amigo.
—Y… em…
¿A qué se debe su visita, señora Barnes? —preguntó John, sentándose frente a
ella.
—Oh,
por favor, soy señorita Barnes. Aunque eso suena todavía peor… ¿Qué tal si me
llama Kate? Kathy, para los amigos —se colocó un mechón suelto tras la oreja y
masticó el chicle con disimulo —. He venido a la dirección que mi jefe me
indicó: 221 B de la calle Baker. Es aquí, ¿no?
—Sí… —John
se volvió para echar un vistazo a su amigo. Seguía en el mismo sitio, callado,
quieto —. ¿Es por un caso?
—Oh, no,
no, no. Tengo la suerte de vivir una vida muy normal. Creo que por el momento
no necesito los servicios del señor Holmes —soltó una risita agradable.
—Ah,
en ese caso, ¿es una urgencia médica?
—Aquí
donde me ve, tengo una salud de hierro —dijo con orgullo —. No, doctor Watson,
lo que me ha traído hasta aquí son motivos de trabajo. Concretamente, una
propuesta para un proyecto creativo que, por supuesto, no entorpecería de
ninguna manera su vida diaria.
—Ha
dicho que la envía su jefe. ¿Podría saber de quién se trata?
—Lo
siento, me pidió que no lo dijera. Pero no se preocupe, es de total confianza.
John
asintió sin convicción y se levantó lentamente.
—Si me
disculpa, señorita Barnes-
—Kathy.
—…Kathy,
voy a preparar un poco de té. ¿Leche, azúcar? —preguntó, acercándose a
Sherlock.
—
¿Podría ser un café, mejor? Con leche, por favor —sonrió y puso las manos sobre
el regazo.
—Sherlock,
ayúdame —le dijo John, tirándole de la camisa.
Y el
detective lo siguió, pero no cambió su expresión. El doctor estaba acostumbrado
a sus ausencias mentales, pero ahora necesitaba que le explicara todo aquello.
—Eh,
Sherlock, ¿crees que…?
—Mycroft.
—Mycroft
—repitió John, asintiendo —. Sí, cómo no lo he visto. Lleva su firma. ¿Le has
sacado lo que quería mientras me vestía?
Sherlock
sacudió la cabeza y se pasó el dedo índice por el labio superior, pensativo.
—No,
pero piensa, John. ¿En qué puede trabajar una mujer como la señorita Barnes?
John
se asomó con disimulo por la puerta y comprobó que la invitada seguía en su
sitio. Estaba enfrascada en su móvil, seguramente tendría muchos asuntos que
atender, o al menos eso era lo que aparentaba.
—No
sé, con esas pintas tan llamativas… ¿Periodista de algún canal de televisión? O
de algún magazine rosa…
—La
clave está en las uñas.
— ¿Las
uñas? —John frunció el ceño, pero intentó atisbarlas sin que la invitada se
diera cuenta.
—Sí,
John. Fíjate. Son cortas, pero no parece que se las muerda porque el corte es redondo
y estético.
El
médico se acercó a la encimera y rellenó la tetera de agua para ponerla sobre
el fogón. El café estaba en la encimera, pero John era demasiado bajo para
llegar hasta él.
— ¿Y
qué si se las corta?
—Que
no le pega con su aspecto. Demasiado maquillada, ropa de colores estridentes y
de última moda, y muchos complementos. Trae —se interrumpió, colocándose tras
John y alcanzando la caja de café.
John
lo notó apretarse innecesariamente contra su espalda y se ruborizó.
—Vale,
¿y eso nos dice mucho de su profesión? —preguntó el médico, sacando tres tazas
limpias del lavavajillas.
—A
pesar de su apariencia moderna, lo único que no casa con su atuendo son las
uñas. Si te fijas, las puntas de los dedos están planas.
John
suspiró. Cuando el agua empezó a hervir, la vertió sobre las tazas y removió el
contenido. El color marrón del café acompañaba al olor cremoso que desprendía.
—O
sea, que utiliza una máquina de escribir o un ordenador con frecuencia —seguía
hablando Sherlock —, aunque por la época en la que estamos y visto el móvil que
usa, me decantaría por un portátil. ¿Y qué trabajo podría llevarla hasta aquí
con esas condiciones?
—Sherlock,
me acabo de levantar. Y aunque no fuera así, ya sabes que me cuesta seguir el
hilo de tus pensamientos —masculló John, colocando las tazas en una bandeja.
«De
hecho, no conozco a nadie que pueda seguirlos», pensó, y después sacó de la nevera
un cartón de leche.
— ¡Es
periodista, John! Pero no de las que salen entrevistando en el canal de noticias
a los ancianos de Dulwich Village. Es americana y no parece llevar aquí mucho
tiempo (de lo contrario, no habría dudado con la dirección), así que Mycroft la
ha traído a Londres con un propósito exclusivo que tiene que ver con nosotros.
A una periodista… ¡No! ¡Ya lo tengo! —dio una palmada y sonrió mirando al
techo.
John
removió con una cucharilla la taza que había rellenado con leche. Escuchaba por
educación porque el misterio se resolvería una vez entraran de nuevo en la
habitación, pero Sherlock no podía parar su mente cuando ésta entraba en una
órbita de pensamientos detectivescos.
—Es
escritora. Claro, tiene mucho más sentido —declaró, cruzándose de brazos.
Antes de
que John pudiera pedirle que llevase las galletas para acompañar, el detective
se escabulló hacia el salón. Refunfuñando, el médico se acercó al armarito y
sacó una caja de galletas HobNobs. Al llegar al salón, encontró a Kathy
charlando con Sherlock.
Dejó
la bandeja en la mesa y se sentó de nuevo frente a la invitada.
—…Pero
no crea, señor Holmes, que no me ha impresionado esa forma que tiene de ver los
pequeños detalles que a los demás mortales se nos pasan desapercibidos —estaba
diciendo la mujer.
John
le colocó la taza frente a ella y abrió el paquete de galletes. Un fuerte olor
a avena se esparció por la habitación.
—Ah,
John, tenía razón —dijo Sherlock, acercándose por detrás y dándole una palmada
en el hombro —. La señorita Barnes es escritora y publica para la editorial
Random House. Viene de Nueva York, pero eso ya lo sabíamos, ¿verdad?
El
médico sonrió y agarró su taza con ambas manos. Ese momento era el favorito de
Sherlock, presumir ante un público nuevo de su maravilloso don.
— ¿Y
qué trae a una escritora americana a la casa de un famoso detective inglés? —preguntó
John, sin atreverse a probar el humeante brebaje.
A
pesar de lo caliente que estaba el líquido, Kathy ya se había tomado la mitad.
«Americanos», pensó John, sorbiendo con cuidado.
—Es
elemental, John. Ha venido a escribir sobre nosotros, ¿verdad? —saltó el
detective, ignorando la taza que reposaba en su sitio.
—Ajá.
Más concretamente —agarró una galleta y la mordisqueó —, quisiera plasmar sobre
el papel sus aventuras para que todo el mundo pudiera conocerlas. Y cuando digo
todo el mundo, me refiero a todo el planeta. Ya saben, un éxito de ventas con
miles de traducciones y de ediciones especiales —levantó la mano grácilmente y
engulló el resto de la galleta.
—Pero
yo ya hago un blog… ¿Lo ha leído? —preguntó John, rompiendo el dulce por la
mitad y mojándolo en el café.
—Ah,
sí, pero doctor Watson, hace falta profesionalidad en el estilo de escritura,
además de los miles de detalles que olvida plasmar. No se ofenda —añadió
rápidamente.
—No me
ofendo, señori… emm… Kathy, pero entienda que me sorprenda que My… My… mi esfuerzo
—se corrigió —se vuelva inútil.
—
¿Sabe qué? La mejor manera de que ustedes saquen todo su potencial y puedan dedicarse
enteramente a su investigación es que yo les haga el trabajo restante. En este
caso, sería simplemente transcribir todos sus casos en un plano más… atractivo
para el público en general —se explicó, limpiándose las comisuras con una
servilleta.
Sherlock
se adelantó al médico.
—Aceptamos
gustosamente.
— ¿Ah,
sí? —preguntó John, sorprendido.
—Sí,
por supuesto.
No
quería saber qué se le había pasado por la mente a Sherlock, pero decidió
seguirle el juego. Miró a Kathy y se encogió de hombros. La americana irradiaba
alegría. Dio un par de palmadas y se ensartó en una serie de cuestiones legales
y puntos que subrayar en el acuerdo.
—….para
que sea más cómodo, así que me alojaré en la habitación que su casera me
ofreció ayer —decía Kathy.
—
¿Ayer? ¿Ya sabía que aceptaríamos? —preguntó John, volviendo en sí.
—Bueno,
yo no estaba segura, pero mi jefe sí, así que no me quedó otra que actuar. Así
soy yo —añadió, retorciéndose el mechón que le caía a un lado de la cara.
Después
de firmar los contratos pertinentes, la señorita Barnes se despidió de ellos
para poder organizar sus maletas e instalarse en su nuevo apartamento. El
camión de mudanzas no llegaría hasta esa tarde.
— ¿Pero
cuánto tiempo piensa quedarse? —exclamó John, una vez la vivaracha americana
hubo desaparecido de la estancia.
—Quién
sabe… Ah, qué asco de café. ¿Preparo un té? —Sherlock cogió la bandeja y la
llevó a la cocina. John lo siguió.
Mientras
el detective vaciaba las tazas en el fregadero, su compañero permaneció en el
umbral con los brazos en jarras y la mirada desafiante.
— ¿Y
se puede saber por qué has aceptado tan alegremente?
Sherlock
se enderezó al notar el tono brusco de su voz.
— ¿Y
por qué no?
— ¿Que
por qué…? ¡Sherlock! Has invitado a una extraña a que se inmiscuya en nuestra
vida y que además escriba sobre ella. ¿Y te parece bien? ¿Te parece…?
Sherlock
se acercó a él y le plantó un beso para callarlo. John no lo correspondió, pero
dejó que la furia se disipase poco a poco.
— ¿Te
das cuenta de que así te expones a la gente? Tú, que siempre has querido mantener
a la prensa lejos de ti, vas y aceptas esto…
—John,
te olvidas de quién es el jefe de la señorita Barnes. Mycroft no lo haría si no
estuviera pensando en algo. ¿Qué? Lo ignoro, pero será divertido entrar en este
juego…
Sherlock
se alejó un paso y contempló la camiseta. Sonrió al leer la cita estampada en
letras blancas sobre negro.
—Y…
¿qué pasa con nosotros? ¿Y si…? —John notó cómo las mejillas se calentaban
progresivamente.
—Bueno,
algún día habrá que decirlo, ¿no crees?
—Pero…
Yo no quiero hacerlo público de esa manera —contrapuso, cruzándose de brazos —.
Nunca cuentas con mi opinión. Otras veces lo puedo entender, pero esto me concierne
y creo que si tengo algo que objetar, te conviene escucharme al menos.
—John,
¿de qué tienes miedo? —le preguntó Sherlock, acariciándole el brazo.
El
médico no pudo sostenerle la mirada y decidió esbozar una mueca de disgusto.
—De
muchas cosas. Desde lo del Reichenback… —de repente le sobrevinieron las lágrimas.
Sherlock
lo vio y se apresuró a abrazarle. Al principio John se resistió, pero
finalmente lo rodeó y apretó contra sí. Le vino el olor almidonado de su
champú, el mismo que usaba John algunas veces, cuando compartían la ducha. Pasó
los dedos por la ancha espalda de Sherlock y notó cómo se tensaban los músculos
del detective bajo la camisa.
John
no pudo soportar la repentina angustia y dejó que las lágrimas corrieran por
sus mejillas y mancharan el hombro de la camisa.
—Eh, ¿estás
llorando? —Sherlock lo cogió de los hombros y lo separó para poder verle la
cara.
—No… —murmuró
John entre sollozos.
Sherlock
sonrió y le secó la cara con el dorso de la mano.
—John,
aquello fue necesario para mantenerte a salvo. ¿Hubieses preferido que jamás
hubiera vuelto contigo? Además, lo que tenemos ahora es…
—
¿Desde cuándo sabes tú tantas cosas de relaciones humanas? —se quejó John, sorbiendo
por la nariz.
—Sólo
te digo lo que siento cuando estoy contigo.
El
médico lo miró bajo las pestañas y dibujó una media sonrisa. ¿Cómo lo hacía
para engatusarlo de esa manera? En ese momento pensó que sería una buena
experiencia tener a la escritora todo el día encima de ellos, seguramente se
hartaría pronto. Tendrían que reducir las sesiones de intimidad para la noche,
aunque antes no eran menos discretos.
Sherlock
lo acunó entre sus brazos y le besó la sien.
—
¿Tienes idea de lo que hará Mycroft con ese libro? —le preguntó John, apoyado
en su hombro.
—No.
Bueno, una idea, sí. Pero nada concluyente. Tú no te preocupes, sea lo que sea,
viniendo de Mycroft no hay de qué preocuparse.
—Le
dio información privada sobre ti a tu peor enemigo cuyo principal plan era
acabar contigo. ¿Te parece que no deba preocuparme?
Sherlock
rió y después le acarició el pelo.
—Qué
poco confías en mi reputación de detective.
—Oh,
sí, perdón, que estamos hablando del famoso Sherlock Holmes —John sonreía
mientras exageraba el acento.
Sherlock
no respondió, pero en su cabeza ya había empezado a desplegar los hilos. Sólo
faltaba unirlos entre sí.
_______________________________________________________________________________
Espero que os haya gustado este primer capítulo :)
¡Un saludo!
PD: Cualquier sugerencia o petición será bien recibida :D No dejéis de comentar :)
Sher.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Toda opinión es bien recibida, pero siempre desde el respeto tanto hacia la autora del blog como hacia los demás que hayan comentado. Sino, se eliminará dicha "opinión". Gracias.